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APROXIMACIÓN AL QUIJOTE
MIGUEL DE CERVANTES (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha)

Don Quijote de la Mancha


El hidalgo Alonso Quijano tenía una sirvienta, una sobrina, una casa en una pequeña aldea de la Mancha ... y una gran pasión por los libros de caballerías. Los leía día y noche y llegaba a creerse que aquellas historias, que se sabía de memoria, eran auténticas.
Y así, de tanto leer y poco dormir, se le secó el cerebro de tal manera que se convenció de que tenía que partir en busca de aventuras, igual que los caballeros andantes de los libros que tanto le gustaban.
-El caballo ya lo tengo - se dijo convencido, y fue a buscar al establo a su viejo y achacoso rocín- . Solo necesita un nuevo nombre.
Lo llamaré ... ¡Rocinante! ¡Ahora sí que es una montura digna de un auténtico caballero! Y yo también debería cambiarme el nombre.
Desde hoy seré ... don Quijote de la Mancha.



Entonces cogió una espada y una lanza muy viejas, un casco medio roto que era una vasija de barbero, y partió, dispuesto a enfrentarse a gigantes y monstruos por el amor de la hermosa Dulcinea.
¿Que quién era Dulcinea? Una humilde muchacha que ni siquiera sabía de la existencia de don Quijote. Pero todo héroe necesita una dama por la que combatir, ¿verdad?



-Tengo que encontrar a alguien que me ordene caballero, como hacen todos los grandes héroes -se dijo don Quijote preocupado, después de vagar sin rumbo durante una larga jornada-. Preguntaré en aquel castillo. Imploraré ayuda a su señor y seguro que me la concederá. ¡Buenos días, nobles doncellas! -añadió mientras se acercaba.
Pero, en realidad, aquel castillo era una simple posada, y las doncellas, dos criadas. Don Quijote no veía más que lo que había leído en sus queridas novelas de caballerías.

El posadero lo acogió, le sirvió la cena y, luego, le tomó el pelo prometiéndole que lo ayudaría. Pronunció algunas frases inventadas como parte del rito, le dio un buen golpe con la espada y lo apremió a partir, ya totalmente convencido de que era un caballero.
Satisfecho como nunca, don Quijote salió en busca de aventuras y siguió con sus fantasías, que le crearon más de un problema. Ese mismo día, el pobre hombre se enfrentó con unos mercaderes a los que había confundido con caballeros enemigos y terminó desarmado y apaleado en un lado del camino.

-¡Señor Quijano! -gritó un labrador de su misma aldea al verlo allí maltrecho-. ¿Quién le ha apalizado así?
Lo ayudó a levantarse y lo acompañó a casa, donde lo esperaban su sirvienta, su sobrina y dos de sus amigos más queridos, el barbero y el cura de la aldea. Hacía días que lo buscaban: estaban convencidos de que la causa de todos sus males eran aquellos libros que leía sin descanso.
Cuando llegó, parloteando sobre marqueses y gigantes, el cura negó con la cabeza y dijo:
-Tenemos que ayudarlo: ¡hay que quemar esos libros!
Y la sirvienta, la sobrina y el barbero se apresuraron a llevarlos al corral, salvando apenas unos pocos, y prendieron con ellos una gran hoguera.

Tras algunos días de reposo en cama, el pobre don Quijote se levantó para buscar sus libros y se encontró con la puerta de la biblioteca tapiada.
-Ha sido un mago - le dijo enseguida su sobrina-. Vino en una nube una noche y cuando se fue ya no quedaba aposento alguno.
-¡Lo conozco, es uno de mis enemigos! - respondió don Quijote.
Y durante algunos días estuvo en casa, aparentemente tranquilo.
Pero don Quijote no tenía ninguna intención de volver a su antigua vida:
-Soy un caballero, nada me detendrá. ¡Hay muchos entuertos que deshacer! ¡Y damiselas que salvar! ¡Y enemigos que desafiar! -murmuraba para sí.



También había decidido que necesitaba contar con un escudero.
Y para tal fin escogió a un labrador de poca mollera, Sancho Panza.
-Conquistaré una ínsula y te nombraré gobernador -le dijo para convencerlo.
De modo que, una noche, discretamente, don Quijote y Sancho Panza partieron, uno montando a Rocinante y el otro sobre un asno.
Alto y delgado el caballero; bajito y regordete el escudero. ¡Menudo espectáculo!

Cabalgaron hasta el amanecer y, finalmente, el caballero exclamó:
-¡La fortuna nos sonríe! Mira allí, amigo Sancho, ¡hay treinta gigantes!
-¿Gi ... gi ... gigantes? ¡No los veo, vuestra merced! -tartamudeó Sancho, entre atónito y asustado.
Pero el caballero ya había partido al galope.
Los gigantes, en realidad, no eran tales, sino grandes molinos de viento, cuyas aspas giraban como enormes brazos.
-¡No huyáis, bellacos! -gritaba don Quijote.

Los molinos, claro, no iban a ningún lado. Pero, como se levantó un poco de viento, las aspas comenzaron a girar cada vez más rápido.
- ¡Por la hermosa Dulcinea! -volvió a gritar don Quijote. Y embistió contra el primer molino. Su lanza se hizo pedazos y el caballero salió disparado y terminó maltrecho en el suelo.
- ¡Vuestra merced! -dijo Sancho mientras acudía a socorrerlo-.
¿Se encuentra bien? ¡Solo eran molinos!
-Te equivocas, amigo: eran gigantes, pero el mago que me persigue los ha transformado en molinos para humillarme. Al final lo derrotaré, ¡ya verás!


Sancho Panza ayudó a levantarse a su señor y reemprendieron el camino. Durante el trayecto, el caballero le contaba a Sancho las aventuras que había leído en sus libros. Al caer la noche, don Quijote se mantuvo en vela pensando en Dulcinea y en las gestas de los caballeros.
Su escudero, en cambio, durmió a pierna suelta.
La de los molinos no fue la única desventura que padeció don Quijote. Confundió a dos frailes con malvados magos y a una señora que viajaba en un coche de caballos con una princesa secuestrada.
Repartió unos cuantos espadazos y recibió otros tantos.

- ¡Nadie es más valiente que vuestra merced! - comentaba Sancho Panza, incrédulo-. Pero ¿cuándo conquistará la ínsula de la que me hará gobernador?
-Paciencia, amigo Sancho -respondía el caballero-. Muy pronto verás grandes cosas.
¡Y vaya si vio cosas extrañas aquel labrador!
Un día, por ejemplo, mientras cabalgaban uno junto al otro, don Quijote exclamó:
- ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Es un ejército.
¡Hoy se conocerá mi coraje!

-Dos ejércitos, mi señor - respondió su escudero-. ¡Porque de esa otra parte se levanta una polvareda similar!
- Sin duda llegan para enfrentarse en esta vasta llanura. Son los ejércitos del emperador pagano Alfifanfarón y de su gran enemigo, Pentapolín del Arremangado Brazo, al que defenderemos.
Pero a la llanura no llegaron ejércitos ni soldados, sino dos grandes rebaños de ovejas y carneros. Sancho Panza intentó detener a su señor, pero no pudo hacer nada: don Quijote ya se había lanzado al galope como un rayo, dando gritos a los caballeros que solo existían en su imaginación y repartiendo golpes a diestra y siniestra entre los pobres animales.

- ¡Deténgase! Pero ¡¿qué hace?! - le gritaban los pastores, desesperados. Y empezaron a tirarle piedras, hasta que, finalmente, se cayó del caballo-. ¡Dios mío, lo hemos matado! - exclamaron aterrorizados. Y a toda prisa reunieron el ganado y huyeron.
El pobre don Quijote había perdido tres dientes, pero no sus descabelladas ideas. Cuando Sancho Panza intentó convencerlo de que el ejército solo era un rebaño de ovejas.
- ¡Qué ingenuo eres! ¿Aún no te has dado cuenta de que nada de cuanto acontece a los caballeros andantes es lo que parece? Ha sido mi enemigo el mago, que ha transformado a los soldados en ovejas. ¡A estas alturas ya habrán recuperado su forma!

Sancho pensaba que su señor era valeroso y muy elocuente. Pero también se había dado cuenta de lo extrañas que eran las aventuras que emprendía, de las que no solía salir bien parado y que también le habían costado más de un porrazo.
Sin embargo, hubo una ocasión en la que lo admiró más que nunca.
Fue cuando, por la noche, en Sierra Morena, se toparon con la comitiva de un funeral.
- ¡Mira, Sancho! En aquella camilla llevan a un caballero herido.
¡Hay que hacer justicia! -dijo don Quijote plantándose en medio del camino para detener el cortejo-. Caballeros, decidme quiénes sois y a quién lleváis -exclamó alzando la voz.


Y como aquellos hombres iban con prisa y no quisieron detenerse, don Quijote los atacó: a uno lo tiró al suelo, a otro lo hirió y arremetió contra un tercero con tal fiereza que se dieron todos a la fuga.
-¡Sabed -dijo entonces Sancho con gran orgullo- que os ha derrotado el Caballero de la Triste Figura!
Y don Quijote quedó muy satisfecho con aquel nuevo nombre, a pesar de que a Sancho se le había ocurrido solo por el mal aspecto que tenía su señor, cansado y desdentado.


Don Quijote y Sancho Panza viajaron durante largo tiempo y vivieron increíbles y singulares peripecias. Un día, de repente, el excéntrico caballero le dijo a su escudero que iba a enloquecer.
Sancho lo miró desconcertado.
-Voy a enloquecer por el amor de Dulcinea, como el famoso caballero Orlando lo hizo por el de la bella Angélica. Me retiraré en este claro, liberaré a Rocinante, rasgaré mis vestiduras y me daré de cabezazos con los árboles y las rocas ... Y tú partirás para contárselo a Dulcinea.

-¡Por amor de Dios, vuestra merced! Le diré lo que quiera a su señora, ¡pero no lo haga!
Don Quijote, sin embargo, lo tenía muy claro: escribió una desgarradora carta, se la confió a Sancho y lo envió a entregársela a su amada. Se quedó solo, medio desnudo, dando cabriolas y volteretas, como imaginaba que hacían los locos.
Mientras tanto, Sancho se encontró durante el trayecto con el cura y el barbero, que estaban muy preocupados por su amigo.
- ¡Tenemos que llevarlo de vuelta a casa! -dijeron después de que Sancho los pusiera al día. Y al final lo consiguieron, aunque para ello tuvieron que valerse de un engaño.

Don Quijote llevaba ya un tiempo de regreso en su casa y parecía que se había curado, aunque de vez en cuando todavía murmuraba:
-Hoy todos son unos vagos y aburridos, pero nosotros sí que vivimos aventuras, como los caballeros andantes de antaño ...
Una mañana, Sancho lo vino a buscar con una noticia increíble:
-¡Señor, en la aldea hay un estudiante que dice que nuestra historia se ha publicado en un libro!
¡Y era cierto! Gracias a aquel libro, muchas personas sabían del Caballero de la Triste Figura y de su locura y su valentía, así como del apetito de su escudero, sus extravagantes discursos y sus sueños de convertirse en gobernador de una ínsula.

Hicieron llamar al estudiante, un tal Sansón Carrasco, que lo confirmó todo y que, para tomarle el pelo a don Quijote, se arrodilló ante él y alabó sus gestas.
Tal vez fuera por aquello, o tal vez por un relincho de Rocinante que le recordó cuánto le gustaba vagar sin rumbo, pero, finalmente, el caballero exclamó:
- ¡Tenemos que partir de nuevo!
Y Sancho se puso muy contento.
Así pues, Sancho y don Quijote partieron de nuevo, acompañados durante un trecho por el estudiante. Después de alguna que otra aventura, llegaron a un bosque y decidieron pasar la noche allí. Pero, de madrugada, se presentó en el lugar otro caballero, el Caballero del Bosque.

-¡Despierta, Sancho! Vayamos a ver...
El Caballero del Bosque era muy cortés y elegante, pero afirmaba que había vencido en combate .. . ¡al propio don Quijote!
-Eso no es posible, y os lo demostraré: ¡os reto a un duelo a caballo y con lanza!
-Muy bien, nos batiremos al alba. Pero el que pierda deberá obediencia al vencedor.
Ambos se pusieron de acuerdo y, en cuanto amaneció, empezó el combate. Por una de aquellas extrañísimas casualidades, fue don Quijote quien hizo caer del caballo al otro. Y cuando le quitó el yelmo ...

- ¡No es posible! ¡Sancho, mira! ¡Este caballero se parece a Sansón Carrasco! ¡Debe de ser una de las tretas de mi enemigo, el mago, que lo ha transformado!
-Es exactamente así -admitió el Caballero del Bosque-. Ahora, os lo ruego, dejadme ir ...
Y así lo hizo don Quijote.
En realidad, sí se trataba del estudiante, que se había puesto de acuerdo con el cura y el barbero para ayudar a don Quijote. El plan era dejar que partiera de la aldea, ya que no era posible convencerlo de lo contrario, y luego derrotarlo en duelo y obligarlo a que volviera a casa y se quedara allí al menos dos años. Como había dado su palabra de caballero, ¡don Quijote habría tenido que obedecer!

Pero las cosas se habían torcido y ahora era libre para vivir nuevas aventuras. Y así fue durante muchos meses, a lo largo de los cuales se cruzó con hombres, mujeres e incluso ... ¡leones!
Hasta que, un día, mientras Sancho y él cabalgaban tranquilamente por una playa de Barcelona, vieron como se acercaba un caballero:
-Soy el Caballero de la Blanca Luna, y vengo a desafiar al Caballero de la Triste Figura. Si perdéis, deberéis regresar a vuestra casa, donde permaneceréis durante un año.
Don Quijote no se dejó amilanar:
-No os temo, y acepto vuestro desafío -exclamó enseguida. Y se preparó para enfrentarse a su rival.


Como no resulta difícil de imaginar, aquel caballero era, una vez más, Sansón Carrasco, y en esta ocasión venció el duelo.
Derrotado, don Quijote tuvo que volver a casa.
- ¡Bienvenido, querido tío! - lo recibió su sobrina, que lo estaba esperando.
-Buenos días, querida. Llévame al lecho, que estoy cansado y no me encuentro bien - respondió él. Y, en efecto, enseguida le vino una fiebre muy alta y todos sus amigos acudieron a visitarlo preocupados.

Hasta que, después de unos días, de repente se levantó de la cama gritando:
- ¡Soy libre! Ahora sé que todas aquellas historias de caballeros eran disparates y que durante un tiempo tuve el juicio nublado. Ya puedo morir en paz: ha vuelto Alonso Quijano el Bueno, la persona que soy y que quiero ser. Rápido, tengo que hacer mi testamento:
lo dejo todo a mi querida sobrina, salvo algunas cosas para mi buen amigo Sancho Panza, que me acompañó fielmente cuando, en mi locura como don Quijote, lo hice mi escudero.
Y poco después, feliz, murió.

Miguel de Cervantes Saavedra, posiblemente el escritor español más célebre de la historia, nació en Alcalá de Henares en 1547. En Don Quijote, su obra más famosa, se burla de las novelas de caballerías que estaban de moda en su época y sitúa en el centro de la acción a un viejo caballero sediento de aventuras y gloria que vive en un mundo de fantasías. Le acompaña su fiel escudero, Sancho, que, en cambio, tiene los pies en el suelo e intenta protegerlo de su propia locura.
Pero, si bien don Quijote vivió un sinfín de aventuras, Cervantes no fue menos, pues participó en la batalla de Lepanto (un combate naval que enfrentó a católicos y otomanos en 1571) y, unos años después, fue capturado por unos piratas que lo tuvieron prisionero durante cinco años en Argel.
Cervantes es conocido también como el «manco de Lepanto», puesto que durante la batalla con los otomanos resultó herido y perdió la movilidad de su mano izquierda.
Miguel de Cervantes ha tenido una gran influencia en la literatura española (no por casualidad se habla del español como «la lengua de Cervantes») y universal. De hecho, Don Quijote es la novela de más éxito de todos los t iempos, con unos 500 millones de ejemplares vendidos. No es de extrañar, así pues, que la fecha de su muerte, el23 de abril de 1616, sea recordada y rememorada de forma muy especial. Además, la casualidad quiso que ese mismo día falleciera también otro de los grandes autores universales, William Shakespeare, de forma que cada 23 de abril se celebra en todo el mundo el Día Internacional del Libro.

Revisado por: Alfredo Rodrigálvarez Rebollo




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