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VIVA EL EMPERADOR
CARLO COLLODI (Pipeto, el monito rosado)

Estaba completamente cubierto por un vello color rojo pálido, como el de las rosas de mayo. Por esta razón, todos le llamaban “Pipeto”, que en la lengua de los monos quiere decir rosado.
Al caer el día, Pipeto encontró una tribu entera de monos que gritaban, chillaban y se arremolinaron a su alrededor. Al preguntar el motivo de aquel alboroto, supo que la tribu se hallaba reunida para elegir a su emperador.
Entonces, Pipeto hizo gestos de querer hablar. Se produjo súbitamente un gran silencio y Pipeto habló así:
—¡Queridísimos hermanos! Entre los aquí presentes, ¡el único digno de ser elegido emperador soy yo!

—¡Viva Pipeto! ¡Viva nuestro emperador! —gritó aquella inmensa muchedumbre aplaudiendo.
Rápidamente llevaron una vieja silla que se asemejaba a un trono imperial. Pipeto se sentó en ella con gran dignidad y majestad.
Cuatro monitos vestidos de pajes presentaron al nuevo emperador una linda bandeja, en la que se veía la corona y el cetro imperial.
Pipeto tomó la corona de la bandeja y se la ciñó en la cabeza. Luego, agarró el cetro. Entonces se adelantaron dieciséis monos que llevaban a hombros una magnífica litera adornada con hojas, flores y hermosísimas frutas. El maestro de ceremonias dijo respetuosamente al nuevo emperador: —Venga, Majestad, dígnese subir a la litera.


—Y cuando me suba, ¿adónde me llevaréis?
—Al palacio imperial, donde se halla su residencia y está su lecho.
Al oír esto, Pipeto hizo una mueca que, traducida al lenguaje hablado, más o menos quería decir: “A decir verdad, más a gusto dormiría yo en la rama de un árbol, como lo he hecho hasta ahora, que en un lecho imperial”.
—Perdone, amigo: yo soy vuestro emperador, ¿no es cierto? ¿Y qué quiere decir emperador?

—Pues quiere decir que usted es el mono que manda a todos los demás monos, y que el menor deseo de Su Majestad debe ser obedecido inmediatamente.
—Pues si es así, declaro que, en vez de ir en litera, prefiero caminar a pie.
—Lo siento, Majestad, pero no puede hacer eso, porque un emperador que va a pie no es un emperador. Si va a pie se convierte en un mono como cualquier otro.
—Entiendo... —dijo Pipeto. Y pegando un brinco, se instaló en la litera.
Llegado al palacio, Pipeto entró en la alcoba imperial. Minutos después dormía como un lirón.

Pero he aquí que en lo mejor del sueño le despertó una endiablada sinfonía de panderetas y cuernos y de miles de voces que gritaban:
—¡Viva el emperador! ¡Que salga el emperador!
—Majestad —dijo el gran maestro de ceremonias entrando en la alcoba—, levántese y asómese al balcón. Sus súbditos quieren verle.
Y bostezando y tambaleándose, se asomó al balcón.
—¡Viva nuestro emperador! —gritó nuevamente la muchedumbre de monos.
—Gracias, amigos —respondió Pipeto—. Veo que tenéis unas voces hermosísimas. Y no teniendo más que decir, buenas noches y hasta mañana.


La muchedumbre se dispersó tranquilamente y Pipeto volvió a hacerse un ovillo en el lecho imperial. Mas, cuando ya estaba a punto de coger de nuevo el sueño..., ¡otra vez la sinfonía de panderetas, cuernos y gritos del pueblo!
—¿Qué ocurre ahora? —preguntó, levantando la cabeza.
—Majestad —respondió el gran maestro de ceremonias, entrando en la habitación—, sus súbditos desean verle otra vez. Dígnese asomarse al balcón.

—En seguida voy —dijo Pipeto—. Mientras, ruegue a mis amigos que me concedan un minuto, justo el tiempo de lavarme la cara.
Pasó un minuto, pasaron dos, cinco, veinte, y el emperador no aparecía. Fueron entonces a buscarle a su alcoba, pero no lo encontraron. ¡El emperador había desaparecido! Lo buscaron por todas partes. Al fin, a alguien se le ocurrió echar una ojeada debajo de la cama imperial. El emperador estaba escondido allí, debajo de la cama, durmiendo como un angelito.
—¡¡¡Majestad!!! ¿Qué hace ahí? —le preguntó el gran maestro de ceremonias, tirándole respetuosamente de una oreja—. ¿No le da vergüenza?

¿Dónde está, ¡oh, Majestad!, vuestra dignidad imperial?
—A lo mejor me la he olvidado debajo de la cama —respondió ingenuamente Pipeto, que no tenía ni idea de qué era esa dignidad.
Luego, llamó al maestro de ceremonias y le susurró al oído:
—¿Quiere, amigo, que le hable francamente? Hasta ahora yo había creído que ser emperador era el oficio más bonito del mundo. Pero ahora me doy cuenta de que me he equivocado. ¡Ay!, felices los monos que se contentan con ser unos sencillos y modestos monos toda su vida.

Carlo Collodi, cuyo verdadero nombre es Carlo Lorenzini, nace en Florencia el 24 de noviembre 1826. Empieza como periodista y crea dos nuevos periódicos humorísticos de corta duración: "Il Lampione" y "La Scarramaccia". En 1859, se recluta para la lucha hacia la Independencia Italiana y escribe opúsculos reclamando la unión de la Toscana y Piamonte, firmando bajo el seudónimo de Collodi.
Desde 1875, escribe para los niños, adaptando cuentos tradicionales y redactando algunos libros educativos que incrementaron su fama. Animado por el éxito obtenido, Collodi se dedicará de lleno a la literatura didáctica publicando textos. En 1880, Fernando Martini que dirige un periódico, "Il Giornale per bambini", solicita a Collodi un cuento en episodios. Comienza a escribir el cuento sobre "Pinocho" desde julio de 1881 a enero 1883. De hecho, "Pinocho" acabará siendo un personaje universal.
Muere en Florencia, su ciudad natal el 26 de octubre de 1890.
Revisado por: Alfredo Rodrigálvarez Rebollo