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EL REY GORDITO BUSCA ESPOSA
CAROLA SIXT (El rey pequeño y gordito)

Un día, el rey gordito decidió que ya iba siendo hora de buscarse una esposa y ordenó a su ayuda de cámara que hiciera las maletas enseguida.
—Me voy mañana. Quiero buscar una esposa. Pero me va a ser muy difícil encontrar la apropiada.
El rey apoyó la cabeza entre las manos y caviló durante un momento. El ayuda de cámara trajinaba de armario en armario. De repente pareció que le venía una idea, pues se golpeó la frente con la mano y dijo despacio:
—Majestad, ¿por qué no lo intentáis con el truco del agua?
El rey gordito saltó de su cama con dosel. Parecía muy interesado.

—Cuéntame —apremió a su sirviente—. ¿Cómo funciona ese truco del agua?
—Es un truco antiguo. Lo inventó vuestro abuelo. Cuando le llegó el turno de buscar esposa, hizo como vuestra majestad. Fue de ciudad en ciudad y examinó a todas las princesas. Daba paseos con ellas y de repente, sin que nadie se lo esperase, se caía al suelo y decía entre estertores: “Agua, agua”.
Todos llamaban a los sirvientes para que trajeran inmediatamente un vaso de agua fresca. Pero en una de las cortes la princesa más joven se abrió paso entre las demás. Cogió a vuestro abuelo por debajo de los brazos, lo arrastró hacia el surtidor que estaba al lado, y con sus propias manos sacó de allí agua para dársela a vuestro abuelo. Y esa princesa que no se había asustado de echar una mano y ayudar, esa fue con la que se casó. De la misma manera encontró pareja vuestro real padre, y ambos fueron muy felices con sus esposas.


El rey gordito alargó la mano a su criado.
—Te doy las gracias por este buen consejo —dijo serio—. Quiero hacerlo igual que mi abuelo y mi padre. Seguro que es el mejor camino.
El rey gordito abandonó sonriente el palacio. Su próxima meta era el palacio de su tío. Le recibieron encantados y el tío se alegró de que el rey quisiera ver a su hija. Al rey le gustó mucho con su traje veraniego y sus cabellos castaños.
Decidió probar el truco del agua.


Llegó sin aliento ante la princesa y sus damas de compañía. Cerró los ojos, se tambaleó ligeramente y se dejó caer.
—Agua —se enderezó—, ¡agua, por favor!
Las damas de compañía dieron un chillido, pero la princesa se quedó tranquilamente de pie y ni siquiera pestañeó.
—Echadle un poco de agua por la cara —ordenó a la dama de compañía que tenía mas cerca. Luego se dio la vuelta y siguio andando.
El rey se quedó desengañado. Le había gustado mucho, pero ella no le quería.


Empaquetó deprisa las cosas y se despidió de su tío.
Cogió su maleta y regresó por el mismo camino. En ese momento, un rayo atravesó el cielo y empezó a llover. En unos segundos el rey gordito se empapó completamente y apenas podía seguir caminando. Pero entonces, a lo lejos, vio la torre de una iglesia y casi se puso a dar gritos de alegría, pues era la de su pequeña ciudad, que él tanto amaba.
Por fin alcanzó el lindero del bosque. Apenas si podía respirar, estaba helado y le centelleaban los ojos. Con sus últimas fuerzas se deslizó hasta la puerta de la granja más cercana, luego se cayó al suelo sin conocimiento.

Cuando el rey levantó los párpados, vio una cara redonda y amable. Le sonrió afectuosa y una mano le dio una taza de te caliente. Cuando se desperto por segunda vez, ya estaba mucho mejor y la cara desconocida se hizo más clara.
Vio unos cabellos largos y cogió la cálida mano que pertenecía a aquella joven —Gracias —balbuceó en un susurro—. ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?
—No habléis —dijo la dulce muchacha—. Me llamo María. Y ahora seguid durmiendo.
El rey se volvió a dormir. Cuando se despertó por tercera vez y vio a María, notó un gran calor en el corazón y en ese mismo momento supo que la larga búsqueda había llegado a su fin.

María era la apropiada. Él la amaba.
—¿Quieres ser mi esposa? —preguntó de repente.
—Os quiero mucho, pero no puedo casarme con vos. Solo soy una hija de labradores.
—Pero eso, ¿qué tiene que ver? No importa nada lo que se es, sino cómo se es. Tú eres buena y, sobre todo, yo te quiero. Todos te amarán.
Y el rey gordito tuvo razón. A nadie le importó que la nueva reina fuera la hija de un labrador; todos la amaron enseguida. El rey era felicísimo, pues María le había enseñado que no era cuestión de belleza, sino de corazón.



Carola es un personaje tan misterioso como algunos de sus protagonistas.
Se sabe que nació en Alemania, pero pocos sabrían decir cómo es. ¿Será como el rey de su cuento?
¿Tú qué crees: se parecen los personajes de los cuentos a las personas que los escriben?
Revisado por: Alfredo Rodrigálvarez Rebollo