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EL SOL EN UNA BOMBILLA
PALOMA BORDONS (La tierra de las papas.)

Padre no es un adulto corriente. Ni un padre corriente. Supongo que por eso nunca lo he llamado papa, como hacen las hijas corrientes con los padres corrientes. Para mí es Padre. O Tijeras, como le llaman sus amigos.
Es un tipo muy serio. Para Padre las cosas serias son esas que pronuncia con mayúscula, con la boca grande. Cosas corno Paz Mundial, Ecología o Derechos Humanos. Padre es técnico en Energía Solar. Eso entra dentro de la Cosa con Mayúscula “Ecología”, porque dice Padre que del Sol se puede sacar energía sin contaminar ni destruir el entorno.

Precisamente la Energía Solar tuvo la culpa de que Padre y yo fuéramos a Bolivia. Su empresa le hizo responsable allí de un proyecto que se llamaba “Electrificación solar en el Altiplano”, o no sé qué gaitas.
—iPobre Tata Inti! —le decía Guido a Padre—. ¿Qué te ha hecho él para que te empeñes en encerrarlo en una bombilla?
—Ya verás —Eliana le seguía la broma—. Un día va a perder la paciencia y va a mandar un rayo para derretirte.
Tata Inti, Señor Sol, es el nombre que daban al Sol los pueblos prehispánicos del Altiplano. Lo adoraban como a un dios.

También para Padre el Sol era una especie de dios, y la energía solar, el milagro que resolvería casi todos los problemas del mundo, desde la contaminación hasta la pobreza. Por eso estaba tan orgulloso de su proyecto de “electrificación solar del Altiplano”.
—La energía solar es baratísima y muy limpia—replicaba—. Gracias a ella, Bolivia ahorrará millones de dolares. ¡Y habrá luz eléctrica en todo el
Altiplano!

El Altiplano es una cosa tan impresionante que no sabría siquiera decir si es bonito o es feo. Es una llanura inmensa sin nada, y sobre ella, un cielo azul rabioso. En el Altiplano, el tiempo y las distancias parecían estirarse como chicle. Estaba medio amodorrada cuando llegamos a nuestro primer destino: unas cuantas casas de piedra con tejados de paja. Allí debía instalar Padre unos paneles solares.
Cuando Padre bajó del coche, la gente se arracimó para saludarle.

El panel solar se iba a instalar en la posta sanitaria, el único lugar donde uno podía recibir atención médica en muchos kilómetros a la redonda.
El “sanitario” encargado de la posta, una especie de enfermero, estaba inflado de satisfacción. Se frotaba las manos mientras veía con Padre dónde convenía colocar las bombillas y los enchufes que funcionarían gracias al panel solar.
Me senté a la puerta de la posta a ver cómo los técnicos trabajaban. Estaban clavando en el suelo un poste muy alto. Cerré un momento los ojos.

— ¡María!
Los abrí. El poste estaba ya clavado, y el panel solar, colocado encima. Alguien había adornado la puerta de la posta con guirnaldas de colores, un montón de gente taponaba la puerta y la ventana, intentando ver lo que pasaba dentro.
— María! —volvió a exclamar Eliana—. ¿Cuánto tiempo llevas ahí dormida? ¡Ven a ver! Ya ha empezado la ceremonia de inauguración.
Eliana y yo nos hicimos un hueco entre la gente.
Se había hecho un silencio muy solemne en la sala, y eso quería decir que se acercaba el gran momento. Padre colocó un dedo sobre el interruptor de la luz..., apretó y... ¡bumba!, una explosión infernal me hizo cerrar los ojos.


¡Zas! El bruto de Tijeras había hecho mal la instalación. ¡Vaya papelón!
Pero no. Abrí los ojos. La bombilla colocada en el techo iluminaba.
La explosión infernal era el ruido de los petardos que los habitantes del pueblo lanzaban en señal de alegría.
Ya de noche, el sanitario nos llevó a la cabaña donde íbamos a dormir.

Colocamos nuestros sacos de dormir. Padre y Eliana cayeron como fardos. Yo, en cambio, no podía dormir. Descubrí un agujero en el techo por el que aparecía justamente el ojo de una estrella. Pensé que aquella estrella se podría ver en aquel momento en muchas otras partes. ¡Quizá también en España!
«Siempre estás igual !“, me gruñí. «En España ya estará casi amaneciendo.
Además, las estrellas del hemisferio norte no son las mismas que las del hemisferio sur.”

Había olvidado ese pequeño detalle. Pero no importaba. En el hemisferio sur también habría ciudades grandes y luminosas como Madrid, en las que ahora mismo se estaría viendo esa estrella. Y tener en común aunque solo fuese una estrella con aquellos sitios tan llenos de gente me hacía sentirme más tranquila. Gracias a aquella idea tan tonta pude al fin dormirme.
Me desperté en medio de la noche sin saber por qué. Sentí que “algo” estalba pasando fuera.

Tardé un rato larguísirno en atreverme a salir de mi saco y avanzar a tientas hasta la puerta. Salí. En la oscuridad saltaba a la vista el ventanuco de la posta, con su luz encendida. Brillaba de una forma cálida y amable en medio de la noche fría y enorme. Miré el reloj. Las tres de la madrugada.
Asomé la nariz por el ventanuco. Allí estaba el sanitario, leyendo un periódico viejo. Y alrededor, sentados en el suelo, un montón de hombres y mujeres sin hacer nada, nada más que mirar con intensidad y fervor el interior iluminado del cuartucho, como si se estuvieran bebiendo a sorbitos la luz con los ojos.
Ahora sí que había visto realmente a Tata Inti encerrado en una bombilla.

Paloma Bordons nació en Madrid en 1964. Estudió Ingeniería Técnica Forestal y trabajó en el Ministerio de Educación como documentalista. Después estudió Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid. De 1992 a 1994 vivió en Bolivia, donde colaboró como escritora e ilustradora de la Secretaría Nacional de Educación. También vivió dos años en Argentina, en Suiza y en Inglaterra.
En 1986 quedó finalista del Premio El Barco de Vapor con Chis y Garabís, en 1990 con Mico y en 1997 por Leporino Clandestino. Y en 2004 lo ganó con el libro Sombra. En 1994 fue Accésit del Premio Lazarillo. En 2004 ganó el Premio Edebé.

PARA SABER MÁS SOBRE PALOMA

Revisado por: Alfredo Rodrigálvarez Rebollo